Publicado en el Diario del Otún el 16 de Marzo de 2008.
Los ciudadanos no se sentirán responsables por los fracasos del gobernante que apoyaron, simplemente se creerán traicionados y evitarán sentirse parte del desastre atribuyéndole toda la culpa a este, haciendo incuestionable la máxima que dice: “Errar es humano… pero echarle la culpa a otro es más humano todavía”.
Cierto o falso, el éxito o fracaso de los gobiernos comienza a escribirse desde el planteamiento de las propuestas en la campaña. Se sobreestima la capacidad del estado de manera consciente e irresponsable o por física incapacidad para dimensionar los compromisos. El problema se hace evidente cuando se está construyendo el plan de desarrollo en los primeros meses de gobierno. A diferencia de las promesas de campaña, que las hacen los políticos, este plan es elaborado por técnicos que saben que las entidades de control, el concejo y la ciudadanía interesada le harán evaluación y seguimiento. A la hora de valorar los resultados la retorica perderá jerarquía y solo las cifras serán importantes.
Para referirnos a las situaciones de campaña que se convierten en problemas de gobierno es bueno recordar a Joseph Goebbels, ministro de propaganda de Hitler durante 15 años en tiempos de la Alemania Nazi y quien se suicidio en 1945, tras la derrota de su gobierno en la segunda guerra mundial. Además de su papel en la guerra, este personaje se ingenio un modelo de administración de la información que denominó los principios de la propaganda. Algunos de nuestros políticos emplean estos principios en épocas de campaña apostando que a la larga van a salir bien librados. Uno de ellos se conoce como el principio de la orquestación y que se describe con la siguiente frase: “Una mentira repetida suficientemente, acaba por convertirse en verdad”. Por ejemplo, de tanto repetir en campaña que la Empresa de Energía si se podía salvar, terminamos creyendo que realmente era posible. Ahora le va a ser muy difícil a la actual Administración explicar porque si es necesaria su capitalización y entrega a un operador privado.
Con la necesidad de generar audiencia y de marcar diferencia se plantean en épocas electorales debates sobre los que se consideran los problemas no resueltos de la ciudad, particularizando en los más sensibles a la opinión pública. Las propuestas para resolver estos problemas resultan ser las que los votantes quieren oír y no las que realmente se deben aplicar. Un discurso muy diferente se da sobre el espacio público ante los gremios y otro ante la asociación de vendedores ambulantes. Ambos terminan convencidos que sus problemas serán resueltos. La racionalidad de los políticos en épocas de campaña se pierde por completo. El elegido termina abrumado por la inmensa carga que representa la responsabilidad asumida y sin tener muy claro cómo es que va a lograr cumplir con todas sus promesas.
A pesar de que por lo general al gobernante se le da un compás de espera para que arranque su gestión, una vez instalado el equipo de gobierno y justo después de las fiestas por los nombramientos, se dan cuenta que los presupuestos y los recursos son insuficientes. Al principio la ciudadanía entiende, pero la luna de miel dura poco y todos muy rápido sin importar los atenuantes, empiezan a exigir resultados. A estas alturas ya existe la conciencia en el gobernante de que no va a ser posible o por lo menos de que será muy difícil cumplirles a todos.
A partir de ahí el camino que se escoja puede ser mas o menos tortuoso. Hay que definir cuales problemas se van a enfrentar primero y si se escoge mal, nunca se van a tener resultados que mostrar. Los problemas de movilidad y de falta de cultura ciudadana, son tan dinámicos que nunca estarán resueltos. Es una obligación trabajar en ellos y aportar para que se corrijan, pero apostarle todos los esfuerzos a solucionarlos es apostarle sin duda al fracaso.
Para trascender cada uno escoge su camino, pero existen reglas generales para tener éxito como son: Usar el sentido común, olvidarse de los odios, construir sobre los construido, dejar de echarle la culpa al pasado, aprovechar las fortalezas que se tienen y ser sensato a la hora de identificar y determinar los problemas que se es capaz de resolver en cuatro años de gobierno. Una vez pasado este tiempo no habrá a quien echarle la culpa.
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